8 feb 2013

Chub voyeur

Desde que somos pequeños todos nos sentimos atraídos por lo misterioso, lo prohibido, manifestándose un intenso fuego interior que nos provoca cierto placer y excitación. Los recién nacidos por ejemplo. No salen del útero/contenedor materno porque sí, lo hacen porque están hasta los testis de estar a oscuras y aguantar los embites fogosos de su futuro padre durante nueve meses y tienen curiosidad por saber quiénes son los gilis que le han estado chafando la vida todo ese tiempo.

Una vez nacemos y crecemos, el siguiente paso es reproducirnos. El problema es que son tantos los tabúes que nos meten en la cabeza desde niños, que luego de mayores no hay quien nos los quite, y entre "a ver si este niño me va a salir maricón", "no entres que estoy desnud@" o "no te toques que te quedarás ciego" pues coges complejo de pepero, empiezas a llevar cinturones con los colores de la bandera de españa y en la noche de bodas echas el primer quiqi con tu mujer. Que ya has pagado mucho en el "pacha´x" (Km. 16 Crtra. Lubiños del norte) y hay que pensar en ahorrar a partir de ahora.

De aquí viene el que todos tengamos nuestro puntito voyeur. Observar sin que se den cuenta. Ese calzoncillo que se baja, la hucha que aparece, esos pelitos que asoman... La imaginación vuela y te empiezas a poner burrete. ¿Y cuál es el mejor sitio para ponerse a tono? Pues la playa, un clásico. Ese gordito que sale del agua totalmente empapado y con el bañador perfilando cada curva de su cuerpo. Nunca entenderé por qué a la gente le ha dado por usar slips cagados del día pasado para llevarlos debajo del bañador, pero en fín, me ha entretenido indagar y descubrir semejante hallazgo.


El voyeurismo no solo tiene que atender a razones eróticas o sexuales. Si eres adolescente y estás en la edad del pavo suele hacerte bastante gracia grabar con el móvil las carnes orondas de cualquier señor mayor mientras haces un excitante viaje en autobús a Burguillos de la Serena. Lady Gaga tocaría allí o algo. El caso es que mientras el daddy está de espaldas, el cámara usa su dedo para simular como si le rascara el culito y la espalda. Yo le agradezco sinceramente que haya grabado a este caballero, su forma de colocarse el polo, ponerse con el culo en pompa y esa marca de sudorcillo a la altura de la cintura me pone.


Sin embargo, ya que voy a ser un pervertido al que le encanta grabar con el móvil cualquier atisbo de carne que pueda asomar de un gordo, prefiero serlo con nocturnidad y alevosía. ¿Que mi vecino Scott está intentando cambiar la rueda de su furgo en el porche de su casa? Pues ahí que voy a ayudarle al pobre. Lo que no sé es si meterle unas monedas por la rajita del culete o preguntarme qué  es esa prenda negra que asoma por encima del calzoncillo que a su vez está debajo del pantalón. En realidad no sé si quiero saberlo.


Definitivamente, después de todo hay que reconocer que ir a un cuarto oscuro está muy bien, ver en bolas a todo quisqui y tal, pero no hay nada tan excitante como ver a un desconocido tirado en tu cuarto de baño, enseñándote el culo, viendo qué tipo de ropa interior usa y trabajando como un vulgar proletario como si nada mientras tú, un pervertido asqueroso, disfrutas como un enano con semejante visión. Merece la pena esperar nueve meses para descubrir este mundo.

Yo de vosotros me haría con una buena cámara fotográfica y como estamos en carnavales, esperaría como un cazador furtivo a que los gordos borrachos se paseasen a altas horas de la mañana con los disfraces semi desgarrados. No es voyeurismo. Es arte.

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